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Cada 28 de julio se conmemora el Día Mundial contra las Hepatitis. En Argentina, muchas personas no saben que están infectadas y otras abandonan el tratamiento por falta de recursos o por desconocimiento.
Información General25 de julio de 2025Magalí de Diego (Agencia CTyS-UNLaM) - El consultorio estaba lleno, como cada mañana. Los médicos recibieron a una paciente que, semanas atrás, se había hecho un análisis por recomendación médica. Había tenido un solo síntoma, cansancio. El resultado llegó con sorpresa: hepatitis B. Uno de los especialistas le explicó que debía hacer más estudios, volver a controlarse, empezar el seguimiento. La mujer escuchó en silencio, agradeció con timidez y se fue. Nunca volvió.
“Es lo más común -explica la doctora Cecilia Delfino, investigadora del CONICET-. A veces no vuelven porque se sienten bien, y muchas otras veces, porque no tienen tiempo o recursos ni para tomarse el colectivo hasta el hospital”.
En el marco del Día Mundial contra las Hepatitis, la advertencia se repite entre quienes trabajan en investigación o salud pública: los avances científicos no alcanzan si no hay campañas de prevención sostenidas, diagnóstico temprano y acceso garantizado a la atención.
De hecho, aunque existe una vacuna contra la hepatitis B y tratamientos muy eficaces para la hepatitis C, estas enfermedades siguen generando complicaciones crónicas que podrían evitarse. Según los últimos datos de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), cada año se registran 10 mil nuevos casos de hepatitis B y 67 mil de hepatitis C.
Sin embargo, solo el 18 por ciento de las personas con hepatitis B son diagnosticadas, y apenas un 3 por ciento accede al tratamiento. En el caso de hepatitis C, se diagnostica al 22 por ciento de los infectados, pero sólo el 18 por ciento de ellos recibe tratamiento. Y si lo saben, no siempre pueden o logran tener tratamiento.
“El escenario actual es parte de un problema que combina salud, ciencia y desigualdad. La detección es posible, hay tratamientos efectivos, pero el acceso sigue siendo el mayor obstáculo”, la doctora en Química Biológica y Jefa de Trabajos Prácticos en el Departamento de Microbiología e Inmunología de la Facultad de Medicina de la UBA
Diagnóstico temprano, el gran desafío
Hoy, los avances en el diagnóstico permiten identificar los virus incluso en etapas tempranas, mediante pruebas moleculares como la PCR o real Time PCR Pero la mayoría de las personas no se sienten mal en los primeros días de la infección y, por lo tanto, no consulta. “Ahí se pierde una ventana importante”, explica Delfino. El problema se agrava en zonas donde llegar a un hospital implica recorrer muchos kilómetros, pagar un pasaje o simplemente abandonar las tareas cotidianas.
En Argentina, el diagnóstico de hepatitis B y C está disponible en hospitales públicos y centros de salud de las principales ciudades del país. Pero acceder a la salud no es solo tener un hospital. “Lo más básico, como tomarse un colectivo para visitar al médico, puede ser una barrera”, advierte Delfino. “Mucha gente que se atiende en el sistema público vive en situación de calle, lejos de los centros de salud o trabaja todo el día. Si ya no se siente mal, ¿por qué volver al hospital, perder horas o gastar plata en el viaje?”, reflexiona.
“Una vacuna puede ser muy efectiva, pero si la gente no llega al centro de salud, no tiene acceso o no se aplica las dosis correspondientes, tampoco”, señala. A veces, el problema no es médico, sino estructural: falta de transporte, horarios incompatibles, miedo a ser discriminados o simplemente desinformación.
Según la investigadora, la detección inicial es apenas el primer paso. “Lo difícil es el seguimiento, sobre todo en los casos crónicos de hepatitis B y C”, señala Delfino. Muchas veces, quienes acceden a una consulta inicial no vuelven. Ya se sienten mejor, no tienen dinero para viajar o no consiguen turno.
Ese seguimiento, sin embargo, es clave. En hepatitis B, por ejemplo, se necesita al menos medio año para saber si la infección se volvió crónica. Si eso ocurre, la persona debe iniciar un tratamiento antiviral y realizar controles periódicos. En hepatitis C, la mayoría de los casos se cronifican, aunque en los últimos años hubo un cambio significativo: desde 2010 se desarrollaron antivirales de acción directa que, en tratamientos de entre 12 y 18 semanas, logran reducir notablemente la carga viral.
“Es un avance impresionante, pero que no llega a todos. Y eso tiene que ver con cómo se diseñan y financian las políticas de salud pública”, reflexiona la investigadora que trabajó por 15 años en el Laboratorio de Hepatitis virales de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.
La vacunación es otra herramienta clave en la prevención, pero su efectividad no depende solo de su existencia. “Hablamos de algo básico, que es una vacuna pedida en un calendario oficial. Así y todo, lamentablemente tenemos un brote de hepatitis A”, se sorprende Delfino.
Para ella, hay un problema doble: por un lado, la falta de acceso; por otro, la desconfianza. “La vacunación no es solamente para uno, sino que es para toda la población. Es una responsabilidad colectiva que tenemos que asumir y no caer ante discursos antivacunas que atentan contra lo que hemos construido con mucho esfuerzo durante años”.
A eso se suma otra dificultad: muchas de estas infecciones no presentan síntomas durante años. Cuando aparecen las señales, muchas veces el daño ya está hecho. “Entre la infección y la respuesta inmune pueden pasar días o semanas. En ese lapso, la persona no tiene síntomas. Y si no se siente mal, no consulta”, dice. Así, los virus circulan sin ser detectados, y las posibilidades de tratamiento efectivo disminuyen.
Un pantallazo por cada hepatitis
La hepatitis no es una sola enfermedad. Hay cinco tipos principales, causadas por virus diferentes:
Hepatitis A: se transmite por alimentos o agua contaminada. Es una infección aguda y existe una vacuna efectiva incluida en el calendario nacional. En Argentina, su implementación redujo drásticamente los casos.
Hepatitis B: se transmite por vía sexual, vertical (de madre a hijo) o por contacto con sangre. Es una infección aguda pero puede volverse crónica en un porcentaje de los infectados. Hay una vacuna disponible desde 2000, pero la cobertura no es uniforme.
Hepatitis C: se transmite principalmente por contacto con sangre, pero también por transmisión vertical y contacto sexual. No tiene vacuna, pero cuenta con tratamientos antivirales de alta eficacia. Genera en la mayoría de los casos una infección crónica.
Hepatitis D: solo afecta a quienes ya tienen hepatitis B -coinfección o sobreinfección-.En el país hay escasa disponibilidad para su diagnóstico.
Hepatitis E: se transmite por agua contaminada y productos porcinos. Es una zoonosis. En Argentina se detecta ocasionalmente en aguas residuales, individuos y granjas porcinas. No hay una vacuna disponible de forma global.
Sin prevención, el Estado gasta más
El Estado tiene herramientas para evitar gran parte de los contagios y sintomatología: vacunas, test rápidos, controles en embarazadas, vigilancia epidemiológica. Pero la prevención también requiere inversión. Las poblaciones en mayor riesgo -como personas en situación de calle, trabajadores sexuales o usuarios de drogas inyectables- requieren estrategias específicas.
“Los estudios epidemiológicos en estos grupos permiten detectar focos, entender la circulación del virus y diseñar medidas a medida”, explica la doctora Delfino. Para eso se necesita algo cada vez más escaso: presupuesto para ciencia y salud pública.
“Hoy se cerraron programas y se frenaron investigaciones. Pero si el Estado quiere ahorrar, tiene que invertir en prevención. Sin datos, no hay decisiones. Y sin decisiones, no hay prevención. Es más caro tratar a alguien toda la vida que evitar un contagio o detectar el positivo a tiempo”, advierte.
La ciencia aporta las herramientas. Lo que falta es voluntad política. “Tenemos insumos, tenemos conocimiento. Pero no tenemos campañas sostenidas ni presupuesto. Y si los programas no llegan a tiempo, el virus sí”.
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