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Los «atrapanieblas» dan agua a áridos cerros de Lima

En lo alto de los áridos cerros de Lima, donde se extienden grandes asentamientos sin acceso a la red pública de agua potable, los «atrapanieblas» llevan más de dos décadas saciando la sed y las necesidades de higiene de la población más humilde de la capital peruana, a través de un ingenioso sistema de mallas que condensa la niebla que envuelve estas zonas en invierno para convertirla en agua.

America Latina05 de octubre de 2025RedacciónRedacción

Este ingenioso y accesible sistema de captación hídrica, una suerte de redes para captar el agua del húmedo clima que caracteriza a Lima durante la época invernal, no consume, no contamina, apenas cuesta, y proporciona agua a más de 60.000 familias que, de lo contrario, deberían obtener a altos precios en camiones cisterna.

Desde 2004, los ‘atrapanieblas’ de Abel Cruz, ingeniero industrial y presidente fundador de Peruanos Sin Agua, recorren la cresta de cerros en torno a la capital peruana, recogiendo el agua que las nubes generan tanto de día como de noche.

«Están casi en todas partes», explica Cruz en el último asentamiento humano alcanzado por este sistema sencillo, práctico y efectivo.

«Los hay en los distritos limeños de San Juan de Lurigancho y San Juan de Miraflores, así como en zonas de la sierra andina y de la selva amazónica, en lugares donde haya neblina, donde haya lluvia», recuerda Cruz. También en «pampas extensas que no tienen agua, ¡ahí están los atrapanieblas!», asegura.

Agua para la gente de los «mil oficios»

La última instalación abastece a 230 familias, y se ubica en el asentamiento de Lomas Verdes, en Villa María del Triunfo, en el sureste de la capital; de ascenso lento, largo y sinuoso, sólo es accesible a pie o con todoterreno y se alza lejos de la urbe, comercios y otros asentamientos.

«En estos lugares hay familias de escasos recursos económicos», apunta Cruz mientras señala a su derecha un grupo de casas lejanas en otra polvorienta colina aledaña. «Son familias humildes, son ‘mil oficios’, viven en estos lugares y no son gente de tener dinero. A ellos va dirigido estas aguas», comenta.

A sus espaldas, 30 lonas de unos tres metros de alto se alzan a la espera de condensar mediante sus orificios las partículas de agua y microgotas que trae la niebla desde el océano Pacífico. Una vez que tocan la malla, el agua gotea hasta la base donde una fila de canaletas la recoge y, por una manguera, la conecta a tanques contiguos de 2.500 litros.

Hasta 400 litros por día

Este mecanismo capta cada día entre 200 y 400 litros, llenando los cinco tanques completos en una semana y, filtrada en su interior, el agua está lista para su consumo, un veredicto, asegura su creador, corroborado por varios estudios.

Abel, cuenta en la actualidad con cerca de 5.000 atrapanieblas desplegados por Perú y espera llegar a los 10.000 en dos años; una cifra que en familias supone 60.000 ya beneficiadas, y una meta de otras 50.000 de cara al año siguiente.

Junto al asentamiento de Lomas Verdes, el cerro continúa su ascenso hasta los restos del antiguo corte del ‘Muro de la Vergüenza’ (encargado de separar las barriadas humildes de distritos adinerados de Lima), que sigue su sombra hasta el cerro contiguo del distrito San Juan de Miraflores, donde el muro, obsoleto, aún se yergue.

Es sobre estos escombros donde Abel pretende instalar otro reguero de mallas, hasta sumar cien atrapanieblas en este asentamiento humano.

Exprimiendo el invierno

«Lo vamos a implementar mucho más el próximo año», asegura el ingeniero, que hace cuentas con los meses que aún le faltan y la niebla que propician. «Estamos en octubre y hay neblina solamente en las mañanas y en las noches», indica Cruz. La temporada de mayor neblina es entre junio y agosto.

En los meses de verano, donde se disipa la neblina, los sistemas se recogerán para su mantenimiento, que debidamente ejercido alarga la vida de las mallas en hasta cinco u ocho años, más aún si es un sistema con malla metálica.

Con este proyecto, Abel Cruz continúa un sueño que desde niño perseguía desde su Cusco natal. «Yo he vivido en el campo, traía agua desde la parte baja, desde 700 metros desde el lugar donde hemos partido para acá arriba, y era algo tedioso», sostiene con la vista clara.

Desde los 7 años se encargó de resolver la falta de agua, ya fuera cargando con ella o recolectando la lluvia, con un primer y primitivo intento a base de cogollos de plátano colocados bajo el umbral de los techos metálicos de calamina, y ha sido con esa visión que ha forjado este taller como su propósito de vida.

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