Información General Por: Redacción07 de noviembre de 2025

De la tiza al chat GPT: enseñar y aprender en la era de la inteligencia artificial generativa

Advierten que el verdadero desafío no es tecnológico, sino pedagógico: formar docentes y estudiantes capaces de pensar con la herramienta, no contra ella.

Enseñar en época de IA

Magalí de Diego (Agencia CTyS-UNLaM) - Algunas  aulas ya no huelen a tiza y pizarrón. Atrás quedaron los bancos alineados en filas impecables y los libros o fotocopias anilladas. Hoy, en la mano de muchos estudiantes aparece un celular, la clase puede ocurrir entre videoconferencia o foro, y una herramienta de inteligencia artificial generativa (IAG) responde una pregunta antes de que el profesor la teclee.

Desde la Universidad Nacional de La Plata, María Alejandra Zangara, investigadora de CONICET y directora del área de Educación a Distancia de la Facultad de Informática, trabaja en el cruce entre tecnología y pedagogía, en un contexto en el que la irrupción de la inteligencia artificial generativa volvió a poner a prueba la relación entre docentes, alumnos y conocimiento. Y pone una incógnita en el centro de la escena: ¿cuán beneficioso o perjudicial puede resultar la IAG en la educación? 

“Venimos de una época donde la tecnología no era digital sino analógica -el pizarrón, la tiza, el aula, cómo estaban alineados los bancos-, y hoy estamos cuestionándonos si podemos prohibir el uso del chat GPT”, dice con cierta ironía Zangara, profesora en Ciencias de la Educación y doctora en Ciencias Informáticas. “Lo que pasó desde hace tres años es que se liberó una aplicación de inteligencia artificial generativa, y esa característica -la posibilidad de aprender de la interacción con los humanos- la hace tan potente como desafiante”, explica, en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM. 

La IA generativa a la que hace referencia Zangara es Chat GPT, que hizo su irrupción en noviembre de 2022. Hasta entonces, las tecnologías inteligentes existían, pero estaban confinadas a usos más técnicos o invisibles: los algoritmos que recomiendan películas en Netflix, los GPS que sugieren rutas o los asistentes de voz que responden preguntas básicas. “La diferencia es que ahora la herramienta se volvió accesible, gratuita y textual: podés escribirle o hablarle, y te responde con un grado de naturalidad que interpela directamente la enseñanza”, apunta.

El debate docente: entre la fascinación y la resistencia

Zangara distingue dos actitudes que, según ella, resultan igualmente problemáticas: la tecnofobia y la tecnofilia. “El docente que dice ‘esto no se puede usar’ y el que dice ‘esto me sirve para todo’ están en los extremos. A veces el tecnofílico es más peligroso, porque descarga funciones cognitivas en una herramienta que no le va a resolver problemas complejos. Pero el rechazo absoluto también es una forma de miedo”, plantea.

Desde su mirada, la inteligencia artificial generativa debería ser, antes que una herramienta, un objeto de reflexión social y académica. Así, propone tres niveles de análisis: filosófico, pragmático y pedagógico. “Filosófico, para preguntarnos cómo cambia esto nuestra visión del mundo; pragmático, para entender cómo usarlo y académico, para analizar cómo enseñamos con estas herramientas. Cuando uno le pierde el miedo y deja de verla como magia, puede empezar a co-crear con ella”.

La investigadora es enfática: el problema no es la herramienta, sino la falta de formación. “El problema de la escritura en nuestro país no nació con la IAG. Lleva más de veinte años. La herramienta muchas veces redacta mejor que las personas, pero eso no es culpa de la IAG: es consecuencia de la degradación de la educación básica”, remarca.

En esta línea, también alerta sobre un punto que atraviesa tanto a universidades públicas como privadas: la falta de políticas institucionales claras. “Hoy la mayoría de los docentes que trabajan con IAG lo hacen por voluntad propia. No hay lineamientos generales. Algunas universidades del mundo elaboraron decálogos básicos que hablan de ética e integridad académica, pero todavía falta una política real sobre cómo incluir estas herramientas en la enseñanza y la evaluación”, plantea.

Alfabetizar para pensar con la herramienta, no contra ella

Zangara recuerda que la educación ya atravesó muchos debates similares. En los años ‘70 se discutía si usar o no la calculadora en el aula; en los 2000, si tenía sentido incorporar internet. “Hace 25 años fui a un congreso en Brasil donde un docente todavía se preguntaba si la tecnología debía entrar en la escuela. Es una pregunta poco significativa para impulsar un debate sobre este tema -afirma-. Sin caer en el determinismo tecnológico, es posible afirmar que hay un punto en el que la tecnología se impone por su propio peso en el modelo de interacción social, incluso en nuestra vida cotidiana”, indica. 

Por eso, lo que más le sorprende hoy no es el uso de las nuevas herramientas, sino la resistencia de parte del cuerpo docente. “Todavía hay colegas que creen que la inteligencia artificial se puede prohibir. Me parece una postura un tanto  ingenua”, advierte.

Durante la pandemia, el uso de entornos virtuales, clases grabadas y modalidades híbridas se volvió una estrategia habitual. Muchos estudiantes tuvieron que aprender en un corto tiempo a gestionar su propio aprendizaje y a usar herramientas digitales de manera autónoma. Para Zangara, ese cambio estructural debería haber modificado también la manera en que se enseña usando tecnología. “Hay docentes que se estiraron al máximo para sostener el sistema durante la pandemia y que hoy están agotados. Algunos siguieron explorando, otros soltaron el aula virtual y volvieron al modelo previo. Pero pensar que se puede prohibir el acceso a la inteligencia artificial en este contexto es desconocer la realidad en la que viven nuestros estudiantes hoy en día”, sostiene.

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