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La biología evolutiva revela una inquietante verdad: nuestros smartphones cumplen todos los criterios científicos para ser considerados parásitos. En la Gran Barrera de Coral podría estar la clave para liberarnos.
Actualidad11 de junio de 2025A lo largo de la historia evolutiva, la humanidad ha convivido con innumerables parásitos. Sin embargo, según investigadores de la Universidad Nacional Australiana, el mayor parásito de nuestra era moderna no tiene patas ni antenas: posee pantalla táctil, aplicaciones sofisticadas, conexión wifi y se esconde cómodamente en nuestros bolsillos, captando constantemente nuestra atención.
El smartphone: ¿parásito digital de nuestra era?
En un análisis reciente publicado en el Australasian Journal of Philosophy, los investigadores Rachael Brown y Rob Brooks sostienen que los teléfonos inteligentes cumplen, evolutivamente hablando, con todos los criterios para ser considerados parásitos. No en sentido metafórico, sino real: se benefician de nosotros mientras nos generan un coste.
Como explicó en un comunicado la profesora Brown, de la Universidad Nacional Australiana, "a pesar de sus ventajas, muchos de nosotros somos rehenes de nuestros teléfonos, incapaces de desconectar del todo". Y es que, según los expertos, los usuarios pagan el precio con falta de sueño, relaciones sociales más débiles y diversos trastornos del estado de ánimo.
Relación parasitaria vs. mutualismo tecnológico
En biología evolutiva, un parásito se define como una especie que se beneficia de una relación estrecha con otra (su huésped), mientras que el huésped sufre un coste. Como explican los investigadores en un artículo en The Conversation, el piojo, por ejemplo, depende totalmente de los humanos para sobrevivir, alimentándose de nuestra sangre sin ofrecer nada positivo a cambio.
Pero no todas las relaciones entre especies son parasitarias. Las bacterias intestinales, por ejemplo, viven en nuestro sistema digestivo, pero aportan beneficios como mayor inmunidad y mejor digestión. Estas relaciones beneficiosas para ambas partes se denominan mutualismos.
Según los expertos, así comenzó la relación entre humanos y smartphones: los teléfonos inteligentes nos ofrecían comunicación, navegación e información útil. Pero a medida que los smartphones se han vuelto casi indispensables, algunas de sus aplicaciones más populares han comenzado a servir más fielmente a los intereses de las empresas que las crean y sus anunciantes que a nosotros, sus usuarios.
"Estas aplicaciones están diseñadas para mantenernos en movimiento, hacernos hacer clic en la publicidad e incluso provocar indignación", señala Brown y Brooks en su artículo. "El comportamiento de nuestros celulares a menudo frustra nuestros objetivos y deseos expresos para alcanzar los objetivos de las empresas que las crean", agregan, según el comunicado.
¿Podemos restablecer el equilibrio en esta relación?
Los investigadores ofrecen una solución sacada de la misma naturaleza. En la Gran Barrera de Coral, por ejemplo, hay peces limpiadores que se alimentan de los parásitos de otros peces más grandes. Es un acuerdo beneficioso para ambos. Pero si el limpiador se pasa de listo y da un mordisco demasiado grande, la relación se desequilibra y puede convertirse en parasitaria. Entonces, el pez huésped responde: castiga al abusador, lo persigue o deja de acudir a su "estación de limpieza".
Este tipo de vigilancia –detectar el abuso y responder– es fundamental para que las relaciones se mantengan sanas. Para los investigadores, lo mismo debería aplicar a nuestra relación con los teléfonos. Pero aquí es más difícil: las tácticas de explotación están ocultas, los algoritmos son opacos y las funciones útiles nos hacen depender tanto del dispositivo que "simplemente dejar de usarlo" ya no es una opción realista.
Y es que, según explican, muchos de nosotros dependemos ya de estos dispositivos para tareas cotidianas. Por ejemplo, sostienen que, en lugar de recordar información, descargamos esta responsabilidad en nuestros teléfonos, lo que altera nuestra cognición y memoria. Afirman que dependemos de sus cámaras para capturar momentos importantes o incluso para recordar dónde hemos aparcado. Esta dependencia, desde su perspectiva, simultáneamente mejora y limita nuestras capacidades.
Además, gobiernos y empresas han consolidado nuestra dependencia trasladando la prestación de servicios a aplicaciones móviles. "Una vez que cogemos el teléfono para acceder a nuestras cuentas bancarias o a los servicios públicos, hemos perdido la batalla", advierten los investigadores.
¿Existe una solución contra la adicción a los smartphones?
Según los investigadores, no basta con decisiones individuales. Estamos superados por el poder y la información que manejan las grandes empresas tecnológicas. Necesitamos estrategias colectivas. Medidas como la prohibición de redes sociales para menores –como ha propuesto el gobierno australiano– o restricciones legales sobre el diseño adictivo de aplicaciones y la recopilación de datos podrían ser un primer paso para recuperar el equilibrio.
"La evolución demuestra que hay dos factores clave: la capacidad de detectar la explotación cuando se produce y la capacidad de responder", afirman los investigadores. "En el caso del smartphone, la explotación suele ser encubierta y oculta a la vista", agregan.
Sin estas intervenciones colectivas que limiten el alcance de estos "parásitos digitales", advierten los expertos, seguiremos siendo huéspedes vulnerables de dispositivos que parasitan nuestro tiempo, atención e información personal para beneficio ajeno. Y si queremos que nuestros teléfonos vuelvan a ser herramientas útiles –no controladores de nuestra conducta–, quizá debamos, como sugieren los investigadores, aprender de los peces.
Editado por Felipe Espinosa Wang con información de The Conversation y la Universidad Nacional Australiana.
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