"La tecnología es una gran herramienta si está al servicio de una propuesta pedagógica"
Angel Elgier, investigador del CONICET, analiza los riesgos del consumo pasivo, el valor de la mediación adulta y las desigualdades que profundiza la tecnología en contextos vulnerables.
Magalí de Diego (Agencia CTyS-UNLaM) - ¿Cuánto perdemos cuando dejamos de jugar? Esa pregunta fue tomando cuerpo en la cabeza de Angel Elgier, doctor en Psicología e investigador del CONICET, a medida que se adentraba en el estudio del desarrollo cognitivo durante la primera infancia. Mientras en muchas casas las pantallas se ganan un lugar central en la crianza diaria, en su equipo comenzaron a preguntarse qué implicancias tenía eso para las niñeces. “En nuestras investigaciones vimos que el impacto de las pantallas no es ni totalmente bueno ni totalmente malo. Es complejo, y depende de cómo, cuándo y con quién se usen”, comenta.
Los estudios del equipo de Elgier se enfocaron en niños y niñas pequeños, de entre 0 y 36 meses. Lo que encontraron fue que, en ciertas condiciones, el uso de pantallas en infancias puede ser positivo. “Cuando hay un adulto que acompaña, que comenta, señala, hace preguntas, el niño aprende más. Se puede fomentar la adquisición de palabras nuevas, desarrollar habilidades cognitivas como la atención conjunta e incluso fortalecer la alfabetización temprana”, cuenta.
Pero también advierte que cuando el uso es pasivo y prolongado, sin interacción ni supervisión, los efectos pueden ser negativos. “Vimos menor desarrollo del lenguaje expresivo, dificultades para sostener la atención y menos tiempo dedicado al juego libre, que es esencial en esta etapa”, indica el especialista de la Universidad de Buenos Aires, en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM.
Elgier se detiene especialmente en un fenómeno que observaron en hogares vulnerables: la televisión de fondo. “Está encendida todo el tiempo, aunque nadie la mire. Eso genera una estimulación fragmentada, no dirigida, que interfiere con el desarrollo del lenguaje y la atención”, plantea. Además, en esos hogares suele haber menos acceso a libros o juguetes simbólicos y menos oportunidades para el juego libre.
Juego libre, ese mundo en el que también se aprende
“El juego simbólico –usar una piedrita como si fuera un auto, por ejemplo– fomenta la imaginación, la narración y la conversación cara a cara. Nada de eso puede reemplazarse con una pantalla”, afirma Elgier. Durante la pandemia, muchos niños atravesaron la primera infancia sin demasiado contacto con pares o adultos disponibles, lo que redujo sus oportunidades de jugar, imaginar y crear. “Ahí se notó la diferencia: algunos chicos necesitaban que les enseñaran a imaginar”, recuerda.
Las recomendaciones internacionales indican que los menores de dos años no deberían usar pantallas, salvo para videollamadas. En edad preescolar, se sugiere limitar su uso a una hora diaria, siempre con el acompañamiento de un adulto. Pero para Elgier, más que el tiempo exacto, lo importante es qué tipo de experiencias están desplazando las pantallas. “Si reemplazan conversaciones reales, juego libre o exploración corporal, entonces estamos en problemas”, subraya.
“La tecnología puede ser una gran herramienta si está al servicio de una propuesta pedagógica dirigida, y no como reemplazo del vínculo humano”, advierte Elgier. En contextos educativos, la inteligencia artificial podría ayudar a personalizar los aprendizajes, pero en la primera infancia el desarrollo sigue siendo sensorial y relacional. “La pantalla -explica- no reemplaza el cuerpo en movimiento, ni la interacción emocional. Todavía necesitamos trepar, tocar, oler, esperar”.
Cinco claves para un uso saludable de las pantallas
• Estar presentes: ver un video juntos, explicar lo que se ve, transformar la experiencia en una oportunidad de aprendizaje.
• Elegir contenido de calidad: con lenguaje rico, personajes positivos, que estimulen la imaginación y el pensamiento crítico.
• Establecer rutinas y límites claros: evitar el uso durante las comidas, antes de dormir o como único recurso frente al aburrimiento.
• No reemplazar el juego libre ni el movimiento corporal: fomentar actividades al aire libre, motricidad, creatividad.
• Predicar con el ejemplo: mostrar un uso equilibrado de la tecnología también desde el comportamiento adulto.
Una infancia distinta, con nuevos desafíos
Elgier tiene 42 años y un hijo pequeño. Sabe de lo que habla también desde su experiencia como papá. “Cuando yo era chico había silencio, espera, contacto. Hoy nuestros hijos viven en un mundo hiperdigitalizado desde el primer año de vida. No es una infancia peor, pero sí con otros desafíos: más estímulos, menos tiempo para la exploración física, y una creatividad que a veces se ve limitada por la inmediatez”, recuerda. Por eso insiste en una idea: no se trata de prohibir las pantallas, sino de enseñar a usarlas con criterio. Que no reemplacen lo esencial, el vínculo humano.
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