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Mariana Bentosela, investigadora del CONICET y doctora en Psicología, estudia cómo se comunican los perros con las personas, qué entienden, qué sienten, y cómo sus gestos revelan más de lo que imaginamos. ¿Qué podemos aprender de ellos y cómo mejorar ese vínculo cotidiano?
Información General11 de junio de 2025Magalí de Diego (Agencia CTyS-UNLaM) - Hay relaciones que no entran en ninguna categoría. No son como las amistades entre pares, ni como los vínculos familiares tal como los conocemos. No hay contrato social, pero hay lealtad. No hay lenguaje compartido, pero hay comprensión. Para la investigadora Mariana Bentosela, la conexión entre humanos y perros es una relación única, de esas que aún no tienen un nombre preciso. “No es una amistad, porque no es simétrica. Ellos dependen de nosotros para muchas cosas. Es un tipo de vínculo distinto a cualquier otro que tengamos”, asegura.
Desde hace más de dos décadas, Bentosela investiga las habilidades sociales y emocionales de los perros en el Laboratorio de Etología, Cognición y Neurociencia de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y el CONICET. Estudia cómo piensan, cómo sienten, cómo se comunican y qué aprenden de quienes los rodean. Y aunque su enfoque es científico, hay una certeza que atraviesa sus palabras con fuerza personal: “Los perros saben mucho más de nosotros que nosotros de ellos”.
En sus primeros años como investigadora, Bentosela trabajaba con modelos en ratas. “Sentí que quería observar a los animales en condiciones más reales, más ecológicas. Ver cómo responden socialmente”, recuerda la doctora en Psicología, en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM. Fue entonces cuando dio con los primeros estudios sobre comunicación entre perros y personas, una línea de trabajo que por entonces apenas se abría camino en el mundo.
Empatía en perros: ¿pueden sentir lo que sentimos?
La ciencia ya no duda: los perros experimentan contagio emocional. Es decir, reaccionan emocionalmente ante el estado de ánimo de una persona. Pueden ponerse tensos si notan angustia, o relajarse si sienten alegría. “Este contagio es el mecanismo más básico de empatía y está presente en muchas especies”, aclara Bentosela.
Pero en el caso de los perros, los indicios van más allá: pueden reconocer emociones humanas incluso cuando se les presentan estímulos aislados como olores, sonidos o fotografías. "Tienen una gran capacidad para relacionarse con las personas, les prestan mucha atención. Somos su fuente principal de recursos: comida, mimos, refugio. Por eso están muy atentos a lo que hacemos, y eso les permite aprender mucho de nosotros”, explica la investigadora.
Esa atención, sostenida en el tiempo, da lugar a una comprensión mutua que no es azarosa. Miran, interpretan gestos, siguen direcciones de mirada y responden a nuestras emociones. “Una de las habilidades más estudiadas - detalla la experta- es el contagio emocional: experimentan emociones parecidas a las que perciben en las personas”.
Los perros pueden, por ejemplo, reconocer emociones humanas incluso cuando no tienen a la persona delante. Pero, ¿qué hacen con esa información? “Nosotros trabajamos con simulaciones de discusiones entre los tutores del animal. Y vimos que los perros se acercaban más a quien estaba recibiendo el grito. Parecían consolarlo. Pero todavía estamos investigando cuánto hay de intención real”, expone.
Una mirada que libera oxitocina
Hay algo más poderoso que cualquier ladrido o movimiento de cola: la mirada. En la mayoría de los animales, mirar directo a los ojos es un gesto de amenaza. En los perros, esta conducta evolucionó de otra forma. “Pudieron adaptar la mirada directa para comunicarse con nosotros en contextos positivos”, explica la investigadora. En esos momentos, además, se libera oxitocina -la llamada “hormona del amor”- tanto en humanos como en perros. Es un círculo de refuerzo emocional que fortalece el vínculo.
Aunque muchos los comparan, los perros y los gatos evolucionaron de formas muy distintas. “Los perros tienden a mirar más a la cara, a pedir ayuda, a usar a los humanos como modelo para resolver problemas”, diferencia Bentosela. En los gatos, las investigaciones son aún incipientes: se sabe que pueden distinguir la voz de sus tutores o dueños, pero no siempre responden al llamado. “Hay que tener cuidado con las comparaciones”, advierte.
Algo similar ocurre con los lobos. Aunque comparten ancestros con los perros, no desarrollaron las mismas habilidades sociales hacia los humanos. El proceso de domesticación fue largo y no planificado. “No fue que alguien decidió domesticar un lobo”, aclara Mariana. Fueron los más sociables, los menos temerosos, los que lograron acercarse. Mucho después, el ser humano empezó a seleccionar características específicas y de ahí nacieron las razas.
Cómo convivir con nuestras mascotas
El trabajo de Bentosela también busca mejorar la convivencia. Por eso insiste en que debemos aprender a leer sus señales: “Muchos episodios de agresión ocurren porque el perro intentó comunicar su incomodidad antes, pero nadie lo registró”.
Como toda área de conocimiento que gana visibilidad, la etología canina también se enfrenta al fenómeno de los mitos. “Hay muchas ideas extendidas que no tienen base científica, como eso de que ciertas razas son ‘más inteligentes’ o que un perro ‘lo hizo a propósito’. Los comportamientos están determinados por la interacción entre genética, ambiente y aprendizaje. La raza puede dar una tendencia, pero no garantiza nada”.
Otro de los mitos extendidos -y también desmentidos- es el del sentimiento de culpa. “Cuando el perro rompe algo y pone ‘cara de culpable’, lo que hace en realidad es anticipar una consecuencia negativa, no sentir remordimiento”, aclara. Del mismo modo, los perros no comprenden frases complejas, aunque pueden asociar palabras puntuales con acciones u objetos.
Por otra parte, Bentosela también observa con interés cómo algunas líneas de investigación están empezando a estudiar a los perros de la calle, una población inmensa en muchas regiones del mundo. “Sus experiencias de vida son muy distintas, y es probable que desarrollen habilidades sociales diferentes a las de los perros que viven dentro de las casas. Es otra línea que merece mucha más atención”, resalta.
Nuestros perros...¿e "hijos de cuatro patas"?
Eso sí: aunque muchas veces se los trate como “hijos de cuatro patas”, Bentosela pone una alerta. “Podemos percibir a los perros como queramos, pero lo importante es respetar sus características como especie y su historia personal. No son humanos. Tienen necesidades propias que no se pueden ignorar”.
Una de ellas es el olfato. “Un paseo para un perro no es solo caminar al lado nuestro. Ellos necesitan olfatear, oler, recolectar información del entorno. Es fundamental para su bienestar”. Por eso, humanizar en exceso -al punto de negar sus necesidades naturales- puede volverse contraproducente. “Está buenísimo quererlos, cuidarlos, tratarlos con cariño. Pero también hay que dejar que sean lo que son: perros”, subraya.
Una vida entre perros... y datos
Mariana Bentosela tiene cuatro perros en casa. Su vínculo con ellos es afectivo, cotidiano, natural. Recuerda con emoción a su primer ovejero alemán, que la acompañaba a todas partes cuando era chica. Y también a Coco y a Neuron, sus primeros perros en la adultez. “Lo más fascinante es ver la personalidad de cada uno. Son muy distintos entre sí, y eso hace que te vincules distinto también. Es como si cada relación fuera única y hay que tratarlos acorde a sus necesidades”, plantea.
“Yo creo que los perros despiertan conductas de cuidado en las personas”, dice, casi como quien lanza una certeza personal más que científica. Y remata: “Y cuidar a otro -sea un perro, una persona o una planta- nos vuelve mejores”.
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