Que me saquen del altar, que me arranquen las flores de los brazos (poema)
La idealización de la mujer buena nos encierra en un mandato imposible. Reivindico nuestras contradicciones, nuestras rabias y nuestra humanidad.
Buscando un disparador para escribir, me crucé con la recomendación de un amigo.
“Mirá The Lost Daughter —me dijo—. Vas a entenderla. Vas a sentir esa voz”.
Y tenía razón.
Vi a esa mujer huir.
Y por un momento, me vi también.
No porque haya huido —aunque a veces lo soñé—,
sino porque entendí su hartazgo.
Esa fatiga muda de sentirse atrapada.
El mandato de la bondad que nos encorseta.
La exigencia de ser la buena de la película.
Reivindico el derecho de las mujeres —con vulva o sin ella—
a no ser siempre las buenas de la historia.
A sacudirnos el mandato de la dulzura, del sacrificio,
de la ternura como única forma de estar en el mundo.
A no cargar, por sistema, con el rol de madres dolientes
o sostenedoras del hogar.
Reivindico el derecho a maternar y gritar sin culpa:
¡Estoy harta, estoy cansada!
Decirlo no nos vuelve menos madres.
Nos agota. Y decirlo, nos devuelve el cuerpo.
Reivindico también a las malas amigas —yo he sido una—,
A las vecinas que no saludan —yo soy esa—,
A las hermanas que fallan —intento no repetirlo—,
A las compañeras ausentes cuando más se las necesita —hoy prefiero tenerlas lejos—.
Ser mujer no implica ser compasiva por naturaleza,
Ni estar siempre disponible.
Reivindico el derecho a dudar de la palabra de una mujer
Y que eso no nos vuelva traidoras.
No creo que haya que creerle a una mujer solo por serlo.
No creo en la infalibilidad femenina
Ni en la santidad heredada de siglos de culpa y moral.
Reivindico el derecho a ser falibles.
A mentir, a fallar, a ser injustas.
No porque sea deseable, sino porque es humano.
Para llegar ahí, hay que romper el molde
de la mujer víctima y buena:
Sagrada si sufre, Sospechosa si alza la voz.
Detesto la palabra —muy manoseada, sí—,
Pero hay que decirla: empoderar.
La única forma de subvertir ese guion
es transformarnos.
No en mártires.
No en vírgenes sin historia.
En personas completas.
Con errores. Con contradicciones. Con rabia.
Con fuerza. Con poder.
Porque antes que nada, somos humanas.
Complejas, imperfectas, reales.
Y eso también merece ser dicho.
El feminismo —o los múltiples movimientos que luchan por nuestra libertad—
No puede ser una jaula de virtudes.
Debe ser una posibilidad radical de libertad.
Chandei Simone: explora la poética del cuerpo a través de la fotografía, la pose, el teatro y la palabra. Es bombera voluntaria, estudia psicología y filosofía —aunque prefiere las preguntas a las respuestas— y escribe para revistas literarias y editoriales independientes. Sus textos se enredan con el erotismo, la identidad y otras formas de desobediencia. No cree en la monogamia. Nunca aprendió a andar en bicicleta —pero sabe caer con gracia.
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